Hondarribia… Hondarribi u Onyarbi para los iniciados…. Fuenterrabia para los españoles o Fontarrabie para los franceses, la llame como la llame, ésta es una hermosa villa pescadora que despierta todos los sentidos.
Porque Hondarribia es colores, como el verde y el azul del barrio de La Marina donde los pescadores pintaban sus balcones con la pintura que utilizaban para pintar sus barcos. También es grises y malvas, como los paisajes marítimos tan fielmente reproducidos por los pintores del Bidasoa a lo largo de la historia.
Hondarribia huele a salitre y a tormenta de mar, al embriagador aroma del magnolio en flor que te acompaña cuando caminas por sus tranquilas calles, a los ricos efluvios que se escapan de las cocinas de sus numerosos restaurantes.
También es el tacto de la fina arena de playa que se te escapa de entre los dedos, la potencia de las rocas del espigón; la noble pátina de las murallas y la rugosidad de la piedra arenisca gastada por los años.
Es el rugir de las olas, la sirena lejana de los barcos que salen a faenar al anochecer y el tintineo de las barcas amarradas en la bahía. Y qué decir del tímido sonido del txibilito que se escucha aquí y allá durante todo el verano y que se convierte en jolgorio cuando todos suenan al unísono en la celebración de las fiestas patronales.
Sin duda alguna, Hondarribia es ese lugar a dónde venir para disfrutar y reencontrase con uno mismo.